Conocí a Manel hace veinte años, en la escuela de
salud pública de Johns Hopkins.
Habíamos conseguido una beca Fulbright para realizar un estadía
postdoctoral de un año, comenzando en
septiembre del 1992. Todavía tengo presente aquel primer
encuentro en la pequeña oficina sin ventanas donde unos pocos esperábamos
completar los papeleos de nuestros visados.
Entre aquel nerviosismo del momento primero destacaba sin duda la
presencia sonriente, afable y calurosa que caracterizaba a Manel y que
representaba y representó una verdadera acogida hacia él mismo y su
familia. Allí, nos hicimos compañeros
de universidad y amigos. Fue el año en
el que Bill Clinton ganó su primera carrera electoral a la presidencia y
Hopkins concentraba a un pequeño núcleo de activistas que animaron nuestra
llegada. Manel se unió a la División
de Ciencias de la Conducta y Educación para la Salud, de Hopkins, que dirigía
David Celentano, quien fue su mentor y jefe.
Allí profundizó en las metodologías y conceptos que en aquel momento le
interesaban y que luego desarrollaría a su vuelta a Barcelona en el IMPSB. Así colaboró en el curso principal de su
departamento (“metodologías avanzadas en la investigación de la conducta”) y
en un gran proyecto epidemiológico longitudinal que estudiaba las actitudes y
conducta sexual de una muestra de mujeres portadoras de HIV en Baltimore.
Además de ello, fue capaz de
desarrollar un proyecto de investigación propio dentro de aquel macro estudio,
el cual se vería publicado al año siguiente en el Journal de Epidemiology and
Community Health con Manel como autor principal. Pero no se puede entender la figura de Manel sin destacar sus
rasgos humanos. Manel y Queru, quien
realizaba entonces una estadía en el Shock Trauma Center de Baltimore, se
convirtieron en el corazón de una comunidad amplia de estudiantes,
colaboradores de la universidad y profesores.
Su casa se convirtió en un lugar de encuentro, donde alternaban paellas,
barbacoas y debates sobre la vida académica de Hopkins y donde Manel contagió
su pasión por su área de trabajo y por su ciudad. Por allí pasaban Alba
Benaque, Joan Benach, Ana Díez, Pepe Tapia, Antonio Daponte, Javier Nieto quien
ya estaba en la faculty, y muchos, muchos más.
A su vuelta a Barcelona supo
mantener una relación muy estrecha, tanto con la escuela, a donde volvió en
varias ocasiones para continuar profundizando en sus líneas de trabajo, como
con sus amigos de entonces, entre quienes yo tuve la suerte de encontrarme, y
por lo que le estoy muy agradecida. Recordaré, como tantos otros, su sonrisa afable, su inquietud
profesional y su sencillez.
Un abrazo
Manel. Hasta siempre.
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