31 de gener del 2013

Palabras de Itziar Larizgoitia

Conocí a Manel hace veinte años, en la escuela de salud pública de Johns Hopkins.   Habíamos conseguido una beca Fulbright para realizar un estadía postdoctoral de  un año, comenzando en septiembre del  1992.  Todavía tengo presente aquel primer encuentro en la pequeña oficina sin ventanas donde unos pocos esperábamos completar los papeleos de nuestros visados.  Entre aquel nerviosismo del momento primero destacaba sin duda la presencia sonriente, afable y calurosa que caracterizaba a Manel y que representaba y representó una verdadera acogida hacia él mismo y su familia.  Allí, nos hicimos compañeros de universidad y amigos.  Fue el año en el que Bill Clinton ganó su primera carrera electoral a la presidencia y Hopkins concentraba a un pequeño núcleo de activistas que animaron nuestra llegada.   Manel se unió a la División de Ciencias de la Conducta y Educación para la Salud, de Hopkins, que dirigía David Celentano, quien fue su mentor y jefe.   Allí profundizó en las metodologías y conceptos que en aquel momento le interesaban y que luego desarrollaría a su vuelta a Barcelona en el IMPSB.   Así colaboró en el curso principal de su departamento (“metodologías avanzadas en la investigación de la conducta”) y en un gran proyecto epidemiológico longitudinal que estudiaba las actitudes y conducta sexual de una muestra de mujeres portadoras de HIV en Baltimore.   


Además de ello, fue capaz de desarrollar un proyecto de investigación propio dentro de aquel macro estudio, el cual se vería publicado al año siguiente en el Journal de Epidemiology and Community Health con Manel como autor principal.  Pero no se puede entender la figura de Manel sin destacar sus rasgos humanos.  Manel y Queru, quien realizaba entonces una estadía en el Shock Trauma Center de Baltimore, se convirtieron en el corazón de una comunidad amplia de estudiantes, colaboradores de la universidad y profesores.  Su casa se convirtió en un lugar de encuentro, donde alternaban paellas, barbacoas y debates sobre la vida académica de Hopkins y donde Manel contagió su pasión por su área de trabajo y por su ciudad.  Por  allí pasaban Alba Benaque, Joan Benach, Ana Díez, Pepe Tapia, Antonio Daponte, Javier Nieto quien ya estaba en la faculty, y muchos, muchos más. 



A su vuelta a Barcelona supo mantener una relación muy estrecha, tanto con la escuela, a donde volvió en varias ocasiones para continuar profundizando en sus líneas de trabajo, como con sus amigos de entonces, entre quienes yo tuve la suerte de encontrarme, y por lo que le estoy muy agradecida.  Recordaré, como tantos otros, su sonrisa afable, su inquietud profesional y su sencillez.    



Un abrazo Manel.  Hasta siempre.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada